Chilan Pipol

Las realidades de un Chile dispar.

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Nombre: Chilan Pipol
Ubicación: Chile

julio 12, 2011

La Final

Llegué tempranamente a casa de Catalina. Hoy era su cumpleaños. Diecisiete años ya de esa chica que me había cautivado fulminantemente hacía unos años atrás. Toqué el timbre de su casa. Llevaba escondida en mi chaqueta una rosa para regalársela. Cuando ella abrió la puerta, fue como si un arco iris me hubiese iluminado el rostro. Brillaba como si el cielo hubiese depositado en su rostro toda la luz celestial. Me observó sorprendida, pensando que, quizás, me había olvidado de esta fecha tan importante.

- Feliz cumpleaños -le dije y saqué de la manga, tal como si fuese un mago, aquella rosa.

Ella me devolvió nuevamente con una sonrisa aquel gesto. Tomó el olor de la flor y me invitó a pasar. Yo la detuve.

- En realidad, Catalina, te quería invitar a salir.
- ¿Ahora?
- Sí, un rato. Es que hoy se juega la final del mundial de fútbol y me gustaría que me acompañaras.
- ¿Quién juega?
- Brasil con Italia - le respondí con cierto fervor.
- ¡Wow! Qué entretenido. Pero no sé si me dejen salir. Tú sabes que puede venir alguien a saludarme.
- Bueno, pueden esperar. Sólo quiero secuestrarte un par de horas.

Fuimos a un bar que, por suerte, no estaba atestado de gente, a diferencia de otros recintos en donde no cabía un alfiler. Algunos amigos se habían juntado en el Food Garden de El Bosque a ver este trascendental lance, ya que en dicho lugar se concentraría la barra del Scratch. Más arriba, en el Stadio Italiano, se hallaba la barra rival. El partido prometía más que cualquier otra final, ya que el ganador se convertiría en la selección con más trofeos de copas del mundo. Es por ello que todo Santiago se había concentrado desde temprano para poder observarla.

- Tú sabes que no entiendo mucho de fútbol, así que no sé si seré una buena compañía -me aclaró apenas nos sentamos en la mesa del bar.
- No te preocupes. El solo hecho que me acompañes, hace que el resto se transforme en algo agradable.

El partido había comenzado. Catalina sólo observaba como si se tratase de un programa misceláneo. Yo, en cambio, vibraba con cada jugada que producía el equipo sudamericano.

- ¿Tú quieres que gane Brasil? -me preguntó repentinamente.
- Por supuesto. Para que se convierta en el Tetracampeao.
- ¡Ah no! Yo quiero que gane Italia ¿Ahí juega Roberto Baggio, cierto?
- Sí, es el que tiene el número diez en su espalda.
- A mí me encanta él - se sinceró.
- ¿Como jugador?
- ¡Ja ja! -soltó una linda risa que me cautivó -De fútbol, te he dicho que sé muy poco, pero de gusto puedo decir muchas cosas. Es muy lindo él.
- ¿En serio? ¿Me creerías que a mí me dicen Roberto Baggio?
- ¿Síii? -y su mirada irónica volvió a renacer -Te lo iba a decir, de hecho. Tienen las cejas muy parecidas -y nuevamente rió, provocando esa pica que tanto le gustaba a ella.

El primer tiempo finalizado empatado sin goles. A ratos observaba que Catalina bostezaba. Pensaba que, quizás, había sido mala idea traerla a este bar para observar el encuentro. Sin embargo, a medida que el primer tiempo llegaba a su fin, noté un cierto interés en ella por esta final.

- ¿Cuánto tiempo es de descanso?
- Son quince minutos. De ahí comienza el segundo tiempo.
- Y si empatan ¿Qué sucede?
- Bueno, ahí se van a un alargue de quince minutos por lado. El equipo que hace el gol, gana. Es lo que denominan el gol de oro.
- ¿Y si después de ese tiempo, continúan empatados?
- Bueno, ahí todo se define en los lanzamientos penales ¿Tú has lanzado un penal alguna vez?
- No, nunca he jugado fútbol.
- ¿Cómo que no? ¿Y la escoba y los goles que dijiste que habías hecho en el programa Éxito? -pregunté, acordándome de esa vieja anécdota que una vez me había narrado.
- ¡Ja ja ja! Pero eso era un concurso ¿Tú crees, acaso, que Roberto Baggio va a patear el penal con un rastrillo? Era un concurso y menos mal que era con una escoba, porque si hubiese sido realmente con el pie, lo más probable es que hubiese golpeado en la cara al Pollo Fuentes.

Su humor me encantaba. Ella poseía todo un récord. Era la persona que se demoraba menos segundos en sacarme una risa y en aquel comentario anterior, había provocado mucho más que eso.

Pedimos dos jugos para observar el segundo tiempo del partido.

- ¿Y qué se siente esto de tener diecisiete años? Ya me has alcanzado, al menos -le confesé, recordándole la diferencia de meses que teníamos.
- Sabía que, en algún momento, me ibas a decir eso. Ahora voy a tener que soportar estos dos meses tus bromitas. Espérate no más a que cumplas dieciocho. Ahí me va a tocar a mí -y me lanzó una morisqueta.
- Te ves preciosa a tus diecisiete.

Ella desvió su mirada del televisor hacia mis ojos. Me observó un largo rato. Me incomodaba que se quedara perpleja, sin pestañear y recorriera mi rostro con sus tiernos ojos.

- ¿Qué pasa? ¿Tengo algo?
- No, nada. Sólo te estaba mirando -me contestó.
- ¿Por qué? -y me seguí incomodando aún más. A ella le fascinaba ese juego.
- Porque me gusta mirarte. Eres muy lindo.
- Ya, no empieces, tú sabes que me da vergüenza.
- ¿Vergüenza? -y se reía -No te tiene que dar vergüenza.

El relator nos sacó de aquella concentración. Comenzaba el segundo tiempo y volteamos nuestras miradas hacia el televisor de veintinueve pulgadas que se encontraba al frente de nuestra mesa. A ratos, el encuentro se tornaba algo tedioso, con dos equipos que no se hacían mucho daño y con un cansador juego de mediocampo. Con el correr de los minutos y viendo una cuenta regresiva, la final comenzó a tomar otro color y los nervios crecían, tanto en ambas selecciones, como en la gente que estaba alrededor nuestro. Catalina se había metido en el partido. Era una hincha más. Cuando cargaba Italia, se levantaba de la silla, como esperando a que apareciera Roberto Baggio y anotara un golazo y se lo dedicara a ella. Cuando el ataque no prosperaba, volvía a sentarse y me miraba, como no creyendo lo fanática que podía ponerse frente a un partido de fútbol.

- Menos mal que nunca has jugado fútbol. Eres más fanática que yo.
- Es que Italia siempre ha sido como mi país soñado.
- Y tú has sido siempre como mi mujer soñada -le dije, para poder distraerla del partido, pero fueron como palabras al viento, puesto que su rostro estaba fijo frente al televisor, siguiendo cada jugada que propinaba la selección de Baggio.

Cuando terminó la brega, Catalina me observó nerviosamente. Realmente estaba concentradísima en esta final. Por momentos, había olvidado que se trataba de su cumpleaños y sólo pensaba en el tiempo suplementario o en la posterior definición a penales, en el caso que no llegase el gol de oro.

- ¡Vamos Italia! -gritó repentinamente Catalina. Algunas mesas más atrás, alguien coreó lo mismo.
- ¡No, no, no! ¡Vamos Brasil! -grité -¡Tetracampeao! -y muchos hinchas me siguieron con sus cánticos.

El alargue fue un mero trámite. Tanto Brasil como Italia sólo se dignaron a transitar el balón por la cancha, esperando a que los minutos transcurriesen y se decretara la definición a penales. Algo inédito en una final de copa del mundo, ya que todas las anteriores se habían definido antes de llegar a estas instancias.

- En los penales sí que vamos a ganar -me dijo Catalina.
- Todo puede ser. Es una lotería.
- Seguro que ganamos. Está mi Roberto Baggio.
- ¿Y desde cuándo que es tuyo? Confórmate con la versión chilena mejor, esa que tiene las cejas parecidas -le dije y solté una de esas risas que provocaban que le hirviera la sangre.

Los equipos se prepararon, al igual que nosotros. Cada uno de los directores técnicos de ambas selecciones ya habían designado a sus lanzadores. Comenzaba la definición la selección italiana. Al frente del balón, se puso Baresi. Remató y su lanzamiento fue desviado.

- ¡Biennnnn! -le grité a Catalina, quien comenzó a picarse.
- ¿Ah, si? Espérate no más -me contestó -y comenzó a tirarle malas vibras al jugador brasileño.
- Seguro le va a llegar -me burlé.

El jugador carioca que colocaba el balón era Marcio Santos. Un momento de respiro y Gianluca Pagliuca logra detenerlo.

- ¡Jaaaaa! ¡Viste! -me lanzó una gran carcajada que logró que me hirviera de sobremanera la sangre -¡Forza Azurra! -gritó nuevamente.
- Bueno, ok, te lo concedo. Es tu segundo de felicidad.

A medida que transcurrían los lanzamientos desde los doce pasos, nuestros rostros iban adquiriendo distintos matices. Posterior al penal atajado, Albertini marcó para Italia y la puso en ventaja de 1-0, provocando que Catalina se levantara de su silla y festejara, como si estuviese en la misma Fontana di Trevi celebrando con los romanos. Posteriormente, Romario, con un tiro preciso, logró batir a Pagliuca y dejó la cuenta empatada a un tanto. Evani puso el 2-1. Branco, logró la igualdad. Massaro no pudo frente a Claudio Taffarel y eso produjo un aire de felicidad de mi parte. Catalina se agarraba las mechas, explicándose como fue que pateó tan mal ese italiano. Dunga fue el encargado de adelantar a Brasil por primera vez y poner el marcador 3-2.

- Ahora viene tu Roberto Baggio -le comenté.
- Aquí está el empate seguro.
- No sé, en realidad. Viene arrastrando una lesión del partido. No le tengo mucha fe para este lanzamiento.
- ¡Vamos Roberto! -y nuevamenbte se sentó, esta vez con las piernas cruzadas, clara señal de un nerviosismo poco usual en ella.

Roberto Baggio colocó el balón desde los once metros quince. Tomó una relativa distancia. El público, expectante en el estadio. Una mirada hacia el arquero, esperando la orden del árbitro. Miles de flash se continuaban en el estadio de Pasadena. El silbato dio la orden. Roberto corrió, pateó el balón y se fue por encima del travesaño. Brasil Tetracampeao, y Catalina mirándome y explicándose por qué fue que Roberto, su Roberto, falló aquel lanzamiento.

- Mejor hubiese sido que lo hubiera lanzado con un rastrillo -le comenté irónicamente y la abracé.

En ese abrazo noté que, dentro de su pica y rabia que podría sentir en aquel momento, estaba agradecida de poder haber sido partícipe de algo que a mí me encantaba. El fútbol. Agradecida por haberle abierto esa ventana de mi vida y que haya entrado para poder complementarla conmigo. Yo sólo la seguí abrazando fuertemente, diciéndole que el fútbol tiene esa contracara. Por un lado, la pasión desatada en el equipo ganador; y en el otro bando, los perdedores botando lágrimas de impotencia, al ver truncados todos sus sueños. Ella sólo me escuchaba. Quería quedarse cobijada en este regazo durante todo el día.

- Vamos a casa -le dije -El secuestro ha concluído.

La noche estaba cayendo. Sentíamos como los automóviles largaban bocinazos para celebrar algo que, en realidad, era muy ajeno a nuestro pueblo. Era como el triunfo moral de festejar algo que no nos pertenecía, Quizás, el único consuelo, es que se trataba de un equipo sudamericano, casi como un sueño bolivariano de involucrarnos con este triunfo del país de la samba.

La noche tenía ese brillo especial. Las personas, por el hecho de celebrar aquel triunfo, se comportaban de una forma mucho más alegre. Con Catalina disfrutamos de aquel show y nuestro viaje de regreso al hogar se hizo mucho más placentero.

- Llegamos -le dije cuando estábamos en la reja.
- Así parece ¿Quieres entrar?
- Bueno, pero déjame abrir a mí.

Tomé las llaves. Las introduje lentamente, tratando de hacer todo el ruido posible. Le di unas vueltas de más a la manija, demorando el trámite. Abrí como si se tratase de un portón de un castillo, muy despacio, como si pesase una tonelada, casi al son del crujido de las bisagras. Dentro de la casa, todo se encontraba en completa oscuridad.

- Que extraño -me dijo ella.
-Espérame ahí. Deja encender las luces, para que puedas ver.

Cuando encendí la luz, decenas de rostros rodearon a Catalina. Gorros, serpentinas y una veintena de globos era la ambientación perfecta para aquella celebración. Un diecisiete de julio memorable, que quedó estampado con el griterío que se suscitó una vez que encendí la lámpara del living.

- ¡Sorpresaa! -gritaron todos los asistentes.

Catalina no sabía como reaccionar. Sólo soltó un par de lágrimas de emoción. Sus padres y hermanos la abrazaron, deseándole mucha felicidad por aquel día tan especial. Yo me dirigí hasta su habitación en busca de su regalo. Cuando volví, me miró, tratando de dilucidar en qué momento había podido organizar todo este evento. Yo sólo la contemplé y le entregué mi regalo.

- Feliz cumpleaños, Catalina. Que estos diecisiete años sean la luz de antesala de la mujer en que te estás convirtiendo. La mujer de mis sueños.

Ella abrió rápidamente su regalo, como si evocase el recuerdo de navidad cuando tenía siete años. Dentro del paquete, venía la camiseta de la selección italiana, estampada con el número diez y el nombre Baggio.

- No importa perder una final. Los grandes jugadores quedarán grabados para siempre en la memoria de los que sabemos disfrutar el fútbol.

Ella me devolvió esa sonrisa que tanto me cautivaba. Yo la abracé fuertemente, como aquel primer día que la conocí, pensando en que podría escaparse nuevamente. Un nuevo roce en los labios selló ese día tan especial. El día en que Roberto Baggio perdió un penal, dejó enlutado al pueblo italiano, pero que finalmente. se estampó en una sonrisa de Catalina.